jueves, 1 de octubre de 2009

REFLEXION


Los aeropuertos son fuente de inspiración para mucha gente. Sin duda para los conferenciantes. Como también lo son las estaciones de tren, las paradas de autobús y hasta las gasolineras. Con qué frecuencia empiezan los oradores sus discursos recordando que esta misma mañana, en el aeropuerto, contemplando los aviones estacionados y los convoys de equipaje y el trajín de los empleados de catering y esto y lo otro, pues bien, todo ello, dice el orador, me ha llevado a hacer una reflexión sobre..... y aquí cada orador arrima el ascua a su sardina. La sardina puede ser el comportamiento del hipopótamo estresado o del hipotálamo rayado o tal vez el comienzo de curso y su metáfora: el inicio de una carrera ciclista en la que sólo el mejor, no en una etapa, sino en la regularidad y la constancia se alzará con el copón del triunfo y los ósculos de las azafatas en el podium. Sí, sí ósculos. Esto se lo he oído a uno que hizo escala en un aeropuerto del lejano oriente y al ver los aviones, los convoys y el trajín, fue asaltado por una reflexión que le llevó a los Campos Elíseos. Los curas son maestros en montar reflexiones y desarrollar metáforas. La del comienzo del curso escolar es un clásico. Recuerdo que todos los primeros de octubre sonaba el disparo de salida de una nueva carrera ciclista. Siempre que me cruzo con un cura sospecho que me va a meter en una de sus reflexiones. Coincido a su lado esperando a que el semáforo se ponga verde para ambos. Yo, montado en la bicicleta, y él, parado en la acera, tratando de montar un sermón para la misa de 12. Y empieza a emitir en silencio: "a mi lado, en el semáforo, un ciclista se apresta a cruzar la calle. Él está seguro de que llegará a la otra acera antes que yo, pero yo me pregunto....¿ llegará vivo? ¿Cómo puede este ciclista anónimo asegurarse de que el tránsito será seguro, de que su vida no depende de su voluntad sino del conductor de una camión de butano a quien Dios ha ordenado, sin él quererlo, atropellar y dar muerte al ciclista...o tal vez simplemente herirlo gravemente?" El cura necesita hacer acopio de materia prima para sus sermones, para sus metáforas simples, para sus comparaciones odiosas y hoy me puede tocar a mí, o a cualquiera. Nadie está a salvo de entrar en una plática de curas. Y lo más triste es que uno se convierte en protagonista anónimo. Si al menos, en la escena del semáforo, este cura se hubiese dirigido a mí: amigo ¿como se llama Vd.? ¿Le importa que le mencione hoy en mi sermón? Es posible que resulte Vd. eliminado de la faz de la tierra, o tal vez gravemente herido, pero no se preocupe porque esto es prácticamente virtual, únicamente para mi sermón, una especie de skecth que yo monto para ilustrar la fugacidad y fragilidad de la vida... y a mí todo esto me da mal rollo y por ello procuro alejarme de los curas, especialmente si me los encuentro en un paso de cebra.

Pues bien, ahora, sentado en un aeropuerto camino del lejano oriente no veo nada más allá de lo que hay: aeronaves, gente corriendo y aburrimiento. Nada me invita a la reflexión, no consigo profundizar y ver más allá de la materia condensada. No se me ocurre nada. Si acaso esto que cuento. ¿Y si fuera una reflexión? ¡Y si yo pudiera empezar mi discurso con... esta misma mañana en el aeropuerto se me ocurrió la siguiente reflexión: nunca se me ocurren reflexiones en los aeropuertos. El problema es que donde yo voy no tengo que dar discursos de ninguna clase. Bueno sí uno muy breve, una de esas presentaciones de power point en las que la mayoría de la audiencia echa una siestecita aprovechando que las luces se apagan. Puede quedar un poco fuera de lugar arrancar la presentación diciendo que los aeropuertos no son fuente de meditación para mí. ¿Y para ustedes, qué? Podría intentarlo con el taxista que me recoja, pero ¿me entenderá un hombre del lejano oriente este discurso? ¿Hablará la lengua del imperio? Y en el supuesto de que lo haga, ¿le importarán un carajo mis reflexiones sobre la carencia de reflexiones que me producen los aeropuertos, estaciones y gasolineras?
Es por ello que cuelgo estas reflexiones en la web. El que quiera que las pille y sean fuente de nuevas reflexiones.

Epílogo. Tal vez alguien quiera saber qué ocurrió después de aterrizar. Sí, tomé un taxi y empecé a contarle estas reflexiones al taxista que me llevó a la ciudad. Me produjo una gran satisfacción comprobar su movimiento de cabeza, como si entendiera el discurso y lo aprobara asintiendo. Así que continué hablando sin parar hasta que al llegar al hotel le pregunté abiertamente. ¿Qué? ¿Qué le parece a usted todo esto?
- Five hundred, fue su respuesta. A él no se le ocurrió ninguna reflexión adicional.