PARA JULIO, maestro y guardián del género
El cuerpo, con seis
tiros bien encajados, yacía en la pista nº 2
en un charco de sangre. La cabeza, con sus seis agujeros redondos y
limpios como canicas, contemplaba el cielo despejado con ojos inexpresivos. Pero
para llegar a este lamentable estado habían tenido que ocurrir varias cosas.
Dos horas antes. Aún
estaban en tierra. Al pasajero del 6C, pasillo, no le pareció convincente la
azafata cuando empezó a enumerar las terribles consecuencias que soportarían
los pasajeros si no tiraban de la
máscara de oxígeno en el momento de la despresurización. Al carajo, tu sí que estás despresurizada, pensó el
pasajero del 6C. Menos gracia le hizo que la azafata empezara a hacer aspavientos con
los brazos señalando las puertas de emergencia,
y a aterrorizar al pasaje anunciando que serían inexorablemente devorados
por las pirañas si caían al océano y no llevaban puesto el chaleco-flotador
butano que encontrarían debajo de sus asientos. Ella misma hizo una demostración
de cómo ajustarlo al cuerpo. Te sienta
como el culo, dijo flojito con rabia contenida el pasajero del 6C. Mientes como una bellaca. Las pirañas no viven en el océano, son peces de agua dulce. Además, volamos sobre montañas.
La sangre le comenzó
a hervir cuando la muchacha interrumpió el discurso con la lista de calamidades
para decir que se encontraba fatal de la garganta, forzar un carraspeo y
finalmente anunciar que el resto de amenazas podría ser consultado cómodamente en
el vídeo-demo que estaba a punto de proyectar.
Y sin más, corrió las cortinas y desapareció del escenario. De inmediato
un busto parlante que apareció en todas las pantallas de la cabina volvía a la
carga con las máscaras, los chalecos-flotador butano y las pirañas. La gota que
colmó la paciencia del pasajero del 6C llegó cuando el busto agregó de su propia cosecha: os tenéis que lanzar por la rampa lateral
del avión que desplegaremos una vez procedamos a la incineración de la nave. Porque si
no os portáis muy bien y acatáis sin rechistar las instrucciones de nuestro querido comandante, seremos nosotros mismos quienes prendamos fuego a la aeronave. ¡Ah¡ -
terminó el busto en tono de monja-scout - y los que esteís en mejores
condiciones físicas por favor permaneced en el avión ayudando a los más débiles
hasta la completa evacuación del aparato.
Este mensaje final le
sentó casi tan mal como que los seis tiros que pronto recibiría, y no tanto
porque aquel ectoplasma de la pantalla le estuviera exigiendo que arriesgase su vida por
cuatro pringaos. Lo que le
exasperó de verdad es que el busto utilizara la expresión “evacuación del aparato”. Aquello olía mal.
No pudo más, se
desabrochó el cinturón de seguridad, se levantó del asiento 6C y corrió por el pasillo hacia la cortina echada. De un
enérgico tirón la descorrió y descubrió a la azafata afínica que se daba el lote
con el sobrecargo macizo en la trastienda - por esto tenías tanta prisa por
terminar la charleta ¿eh? - la trincó por el
moño y la sacó al pasillo como quien presenta una nueva marioneta en el guiñol.
La sujetó por la espalda rodeando el cuello
de la muchacha con su brazo fuerte y peludo y la enfrentó al pasaje.
“Ok mona. Ahora vas a decir a la peña que todo es mentira, que el
infierno que nos has contado no te lo crees ni tu misma, que recibes órdenes de
arriba para que nos digas que no se nos ocurra volar en otras compañías porque
todas, absolutamente todas, están condenadas a hundirse en el fondo del mar, a
estallar en el aire por la despresurización repentina o a arder en incendio del avión.”
El pasaje escuchaba
perplejo pero muy atento. La mujer, aún cogida por el cuello, blanca, tenía los ojos, grandes como platos de nouvelle cuisine, inyectados en sangre. El silencio se podía cortar
hasta con un cuchillo de plástico del menú de la Turkish. Entonces alguien al
fondo rompió el hielo y gritó : “es
cierto, nos quieren acojonar para que les guardemos fidelidad eterna mientras
nos sacan los cuartos y ya ni siquiera nos dan un asiento numerado con la
tarjeta de embarque. No hay infierno. Solo existe en sus planes y en nuestras mentes si nos lo
creemos.” Y empezó a aplaudir con fuerza. Su compañera de asiento le siguió
y pronto la ovación sería unánime, cerrada y atronadora. Con el jaleo nadie se
dio cuenta de que el avión se había detenido en la pista 2.
Y entonces ocurrió.
Tras el hombre que abrazaba a la azafata apareció la figura enorme del
comandante saliendo de la carlinga. En silencio se fue acercando lentamente a
él. Estaba claro que el sobrecargo cachas le había avisado del tumulto en la
cabina y del pasaje amotinado. Continuó aproximándose al cabecilla sin que este
se percatara de su presencia. Sin un gesto y sin avisar levantó el revólver y descerrajó
un único tiro en la nuca del hombre que se desplomó fofo como un invertebrado. Después, sin preocuparse siquiera por la
azafata recién liberada, descargó el resto del tambor en la cabeza del muerto, abrió
el arma y las seis vainas vacías salieron expulsadas. Entonces levantó la vista del fiambre y miró desafiante al pasaje: y ahora todo
cristo con el cinturón bien apretadito y el asiento el posición vertical,
ordenó.
Detrás de la cortina,
y sin esperar la orden porque conocía su obligación, salió otro azafato esclavo
del body building y junto con el sobrecargo cachas cogieron el cadáver por la
axilas y lo arrastraron por el pasillo hacia la puerta. La moqueta absorbía con
rapidez el tremendo reguero de sangre. Abrieron la puerta del avión, cogieron
de nuevo el cuerpo, ahora por brazos y pies, lo mecieron un par de veces y a la
de tres lo lanzaron con fuerza sobre la pista. Los pasajeros de la fila
izquierda contemplaron aterrorizados y en silencio como el cuerpo inerte volaba hacia el cemento, golpeaba el suelo en silencio y quedaba tendido sobre la pista nº 2
mirando al cielo con ojos de bacaladilla. Los pasajeros de la fila derecha, sin
saber exactamente qué estaba ocurriendo, se congelaron en sus asientos en
posición vertical con los cinturones de seguridad bien apretados.