Cuento de Navidad
Como se verá, fue un
grave desatino de la compañía aérea empeñarse en ofrecer un copa de navidad a los
pasajeros en la sala de embarque. La mayoría éramos jubilados de un grupo que
regresaba de Canarias. Los camareros del catering paseaban bandejas con cervezas
y martinis entre los corrillos de viajeros.
Enpresaren aldeitasuna repetían en vascuence desde el mostrador porque el destino era Bilbao. Gentileza de la
compañía, pues. Los aperitivos, selección de snacks del chino de las blancas
luces, estaban en general maníos, y la chacina olía a purines, pero los viejos, a la señal de todo gratis,
respondieron con el grito de "a por ellos".
Todos y todas entramos en la aeronave pintones y pintonas
prestos a roncar todo lo necesario. Pero el vuelo tenía demora y al comandante,
por mantener el buen ambiente y amenizar la espera, no se le ocurrió otra cosa
que invitar al personal del catering a que subiera a bordo y se trajera los
restos del ágape. El Martini no era tal sino su falsificación de la marca
Maritrini, el más barato del mercado y
más tóxico que la lejía El Conejo. Habían quedado muchas botellas sin abrir.
Los camareros subieron a bordo tres cajas, unos 30 litros de maritrini. Todos y
todas bebimos de él, más que nada porque era enpresaren aldeitasuna. Algunos ya
empezaban a decir cositas en euskera. Exclamaciones básicas pero que creaban
ambiente. Aupa y cosas así. La broma
duró lo suficiente para que los viejos dieran cuenta de todas las sobras del
catering y para que entre las filas 2 y 12 se improvisara un orfeón que
entonaba algo parecido al Boga Boga.
Ya estábamos arriba,
pues. El comandante agarró el micro y anunció al pasaje: volamos a 30 mil píes y hemos alcanzado la
velocidad de crucero. Podéis desabrochar cinturones, levantaros e ir a mear.
Cura antes que piloto, pensé. Puede que
quisiera decir podéis ir en paz, pero dijo mear. Sólo fue un lapsus linguae,
uno freudiano, no es que la lengua se hubiera encaminado hacia el agujero
marcado con una equis.
Mi próstata, tan susceptible, tomó la invitación por mandato
y reportó: levántate y camina ligero
hacia el baño. En el check in online había clicado la casilla "sin elección
de asiento" por no financiar otra raya a las amantes de los capos de la
compañía aérea y porque tengo leído que en caso de accidente, estén donde estén,
palman todos los seres vivos salvo las cucarachas. Resultado: última fila
pasillo. Pero Dios, en sus famosos renglones torcidos, me mandó un mensaje: ánimo chaval. No hay mal que por bien no
venga. Estás a medio metro del váter. Inmejorable posición de salida. Levántate
y anda. Le agradecí más que nada que me llamara chaval cuando me toca soportar
un tacto rectal preventivo cada 6 meses.
Al anuncio del
comandante, y sin esperar a que nos anunciara la ruta ni la previsión del
tiempo en destino, una multitud de ancianos se levantó y taponó el pasillo.
Pero yo ya estaba dentro del baño con la bragueta abierta cuando escuché a la
turba tratando de meterse en el otro aseo disponible en la cola del aparato.
También escuché a la sobrecargo recordando a los más desesperados que los baños
en la proa eran para uso exclusivo de viajeros business class. Quiso mostrarse cercana y dijo por megafonía:
a la cola pepsicola. Se hizo un silencio espeso, visible como humo. Sus compañeras
azafatas rompieron el embrujo con tímidas risitas corporativas. Ante el anuncio,
los desplazados de proa se precipitaron hacia los baños de popa esperando
encontrar un mejor futuro para ellos y para sus vejigas incontinentemente dadas
de sí. La carrera de los viejos fue tan brusca que desequilibró el avión con un
súbito hundimiento de cola. Esto es el fin, pensé encerrado en el wáter, pero el
piloto estaba creativo gracias al Maritrini y tuvo los reflejos necesarios para
hincar el morro del avión y recuperar la
estabilidad y el rumbo. Entonces agarró el micro y dijo: a que os ha
gustao... sois unos cabrones. Como hagáis la pilula otra vez, abro la trampilla
del pasillo para que ensayéis pajaritos
por aquí pajaritos por allá en caída libre.
Vuelta a la cola: uno de los baños ya lucía la señal roja de ocupado
porque el destino me había puesto en mi sitio y estaba dentro y ahora
dispondría de mucho tiempo, y sobre todo de la tranquilidad que necesito para
arrancar. Estaba tardando tanto que la azafata comenzó a aporrear la puerta
preguntado si me encontraba bien. Claro cariño. Estoy tan a gusto que me voy a
sentar un rato en la taza. Llama más tarde a ver si ha habido suerte. O mejor,
yo te aviso cuando termine. Me alegré de llevar encima un bolígrafo que me
regalaron los del Sindicato de Hostelería en Maspalomas. Pensé que era un buen
momento para levantar acta de la situación. Así que tomé un cabo del rollo de
papel higiénico y empecé a escribir: Ya
estábamos arriba. El comandante agarró el micro y anunció al pasaje: volamos a 30 mil píes y hemos alcanzado la
velocidad de crucero. Podéis ir a mear.