Aupa chicos. Os habla el padre Domingo Igartua. Podréis llamarme ocasional y excepcionalmente Txomin en las ascensiones que haremos al Pagasarri siempre que vuestro comportamiento ejemplar os haga dignos del premio. El resto del tiempo seré para vosotros simplemente padre, o bien pater en la clase de latín y father Sunday en Introducción al Inglés. No por ello seré tres personas distintas. No me atrevería. En esta primera sesión de catequesis, y para abrir boca, me gustaría traeros aromas del más allá pero lamento anticipar que frente a la imaginación desabordada de los hombres y su inagotable capacidad para fabular, se erige la intransigencia de las leyes de la física, la química y la lógica y os puedo asegurar que lo más parecido al más allá que tenemos por acá, es la sala donde os practicamos el examen anual de rayos X, ese espacio con silencios y sonidos de submarino. Bip, bip,bip. Que yo sepa, la eternidad no dura más que los tres o cuatro segundos que pasáis aguantando la respiración. No, no es necesario que os quitéis las camisetas ahora, pero meteros la medalla en la boca no vaya a salir en la radiografía. A que se os hace eterno. Id pues en paz.
martes, 21 de octubre de 2014
viernes, 26 de septiembre de 2014
LA CIGARRA Y LA HORMIGA REVISITED
La resaca me impedía ver el lado
alegre de la vida y sus regalos, de modo que el intenso olor a carne guisada que entraba por la
ventana del patio y que en otro momento me habría impulsado hacia la nevera, hoy me
levantaba el estómago.
Era miércoles, mi día vegetariano, y aunque no tendría que probar la carne en todo el día, quise romper la
disciplina para superar la repulsión que me producía el aroma del patio. Entré en la carnicería y pedí la vez. Tanto me daba
falda que costilla que filete cuando descubrí una bandeja repleta de orejas de
cerdo. Cuando llegó mi turno tenía la decisión tomada. Compré todas las orejas porque Rebe me había asegurado que eran ideales para hacer prácticas de tatuaje y porque durante la espera había recordado que mi vecino
del rellano es un artista con las agujas.
Le sucede con frecuencia que en el vacío de la noche tenga un golpe de inspiración y que no acierte a encontrar piel humana disponible. En su cuerpo ya
no queda espacio ni para una mosca. Es un artista del tatuógrafo. Necesita carne fresca y tiene que tenerla ya. Yo, salvando las distancias, también suelo tener mis momentos de lucidez y hoy, durante la espera en la carnicería, he tenido la inspiración y los reflejos necesarios para ordenar un plan que, sin orejas de cerdo, no es viable.
Esta noche se presentarán en tu puerta las musas y te mostrarán un hada huyendo de su jaula, un diseño de ensueño que grabarías de inmediato en una orgía de tinta y sangre...si tuvieras un soporte donde plasmarlo. Casualidades de la vida: tengo la nevera rebosante de orejas de cerdo tan ideales como dijo Rebe. Me ofreces una importante cantidad de dinero por unas cuantas piezas. Quiero el doble. Dudas. Te recuerdo que las musas lo mismo vienen que van. Mientras calculas, quieres aferrarte al modelo que has visto fugazmente pero este se va desdibujando como una nube y cada vez se parece menos a nada. Te urge hacerte con las orejas. No sé si tengo suficiente, por favor, dame las orejas rápido, gimes. Sólo si me entregas todo lo que llevas encima, la panoja, el reloj y la sortija de oro. Por fin te vacías los bolsillos temblando, sueltas el omega y casi te arrancas el dedo para sacarte el anillo con el gran sello familiar que no te has quitado desde que murió tu padre. Ahora sí: toma tus orejas y vete. ¡Ah!, un consejo gratis: cambia de barrio que aquí hay mucho chorizo.
Esta noche se presentarán en tu puerta las musas y te mostrarán un hada huyendo de su jaula, un diseño de ensueño que grabarías de inmediato en una orgía de tinta y sangre...si tuvieras un soporte donde plasmarlo. Casualidades de la vida: tengo la nevera rebosante de orejas de cerdo tan ideales como dijo Rebe. Me ofreces una importante cantidad de dinero por unas cuantas piezas. Quiero el doble. Dudas. Te recuerdo que las musas lo mismo vienen que van. Mientras calculas, quieres aferrarte al modelo que has visto fugazmente pero este se va desdibujando como una nube y cada vez se parece menos a nada. Te urge hacerte con las orejas. No sé si tengo suficiente, por favor, dame las orejas rápido, gimes. Sólo si me entregas todo lo que llevas encima, la panoja, el reloj y la sortija de oro. Por fin te vacías los bolsillos temblando, sueltas el omega y casi te arrancas el dedo para sacarte el anillo con el gran sello familiar que no te has quitado desde que murió tu padre. Ahora sí: toma tus orejas y vete. ¡Ah!, un consejo gratis: cambia de barrio que aquí hay mucho chorizo.
Mi vecino sale corriendo hacía su piso pero en medio del rellano se gira para decirme que el dibujo se ha esfumado y que ya no necesita las orejas
de cerdo. Pretende que le devuelva el botín.
- Eres un capullo. Encima de que te he enseñado una lección... Consuélate: siempre
podrás hacer un guiso de orejas que aportan hierro y sodio, minerales de los
que se nutre la inspiración. Pero, por favor, cierra la ventana de la cocina.
Me dirijo a la nevera en busca del primer Campari helado del
día.
sábado, 15 de febrero de 2014
CHUCHO
Vuelvo a la vieja Delhi solo por
comprobar si la paciencia ha dado sus frutos y has logrado que el carnicero te lance
uno de esos pajaritos fritos empalados y colgados del techo. Recuerdo que al volver
cada noche al hotel, allí estabas, en la esquina, con plaza fija, inmóvil, intemporal, eterno, como
casi todo lo que te rodeaba. Nunca, ni siquiera cuando te fotografié por la espalda, te diste cuenta de que yo te observaba con
admiración y con un punto de envidia. Incapaz de dominar la ansiedad, la
zozobra y el miedo, lo dejaría todo si con la renuncia y el abandono pudiera
alcanzar tu paciencia infinita, tu perseverancia en el camino, tu poder de
concentración y tu indiferencia ante todo lo que no sean esos deliciosos pajaritos
colgados del techo. Te parecerá absurdo que haya venido desde tan lejos sólo
por cerciorarme de que aún sigues en la
esquina y de que tengo alguna posibilidad de continuar
el aprendizaje a tu lado. Tengo miedo - otra vez el miedo - de que, al caer la tarde, cuando la ciudad se tiende perezosa al sol rojo para estallar en colores y el caos sinfónico inunde las
calles, ya no estés en la esquina. No sabría donde buscarte en este laberinto de callejones donde siempre seré un extraño si no te encuentro. Esta ciudad. Tu ciudad.
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