lunes, 4 de febrero de 2008

LOS PICAS


Dormito en el vuelo de regreso de una ciudad septentrional. Un silencio muy europeo se ha apoderado de la nave. En esto de estar callados y no molestar los septentrionales son los mejores. El propio avión parace agradecer los sonidos del silencio y se desliza con enorme suavidad.  Sólo se escucha el rum-rum de los motores y empiezo a sentir en mi barriga el ronroneo del gato cuando se durmió sobre mí mientras veíamos El tren del Terror en la tele. Ten ahora cuidado no vayas a caer en un sueño profundo y el revisor te pille dormido cuando pase pidiendo los billetes. El pica. Así se decía antes y los había por todas partes. Procuro ponerles buena cara porque son la autoridad y yo soy muy respetuoso con el poder establecido. En cuanto asoman por la puerta voy preparando mi billete y procuro que, aún desde la distancia, vean que dispongo de título válido de viaje, que soy persona de orden. Cuando el pica llega a mi altura, soy el primero en ofrecerle mi billete esperando con ansiedad la llegada de la paz del deber cumplido cuando me lo devuelva debidamente picado. 
Pero en los aviones, ¿hay pica en los aviones? Joder, no hay manera de estar tranquilo, de descabezar un sueño. Y comprendo de pronto que mi vida está llena de picas que yo pongo por todas partes. Picas que me asaltan en los pasillos de los vuelos, en los ascensores y los rellanos, en las porterías y las playas nudistas a las que me escapo de vez en cuando y , siempre, siempre, al doblar la esquina de los sueños. Malditos picas. Dejarme vivir, dejarme dormir, dejarme soñar. Putos picas.

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