sábado, 7 de noviembre de 2009

EN LA PLAZA TUMBADO



Tumbado en el banco de la plaza miro las ramas de los árboles que buscan caminos en el cielo como las raíces en la tierra, collage de hojas pegadas al azul intenso. Enseguida la noche correrá el telón y yo volveré a la verticalidad.
Hacía tanto tiempo que no visitaba este barrio de perdición. Tumbado en un banco mirando las nubes , perdiendo tiempo. Free man in Paris. Ya no hay barrios de putas con sabor. Sólo puticlús de carretera, grandes superficies del sexo en los llamados parques empresariales. Soy el perro en la orilla mirando la corriente. Ladro de vez en cuando. Sólo eso. Buen viaje río, agua, buen viaje vida.

jueves, 1 de octubre de 2009

REFLEXION


Los aeropuertos son fuente de inspiración para mucha gente. Sin duda para los conferenciantes. Como también lo son las estaciones de tren, las paradas de autobús y hasta las gasolineras. Con qué frecuencia empiezan los oradores sus discursos recordando que esta misma mañana, en el aeropuerto, contemplando los aviones estacionados y los convoys de equipaje y el trajín de los empleados de catering y esto y lo otro, pues bien, todo ello, dice el orador, me ha llevado a hacer una reflexión sobre..... y aquí cada orador arrima el ascua a su sardina. La sardina puede ser el comportamiento del hipopótamo estresado o del hipotálamo rayado o tal vez el comienzo de curso y su metáfora: el inicio de una carrera ciclista en la que sólo el mejor, no en una etapa, sino en la regularidad y la constancia se alzará con el copón del triunfo y los ósculos de las azafatas en el podium. Sí, sí ósculos. Esto se lo he oído a uno que hizo escala en un aeropuerto del lejano oriente y al ver los aviones, los convoys y el trajín, fue asaltado por una reflexión que le llevó a los Campos Elíseos. Los curas son maestros en montar reflexiones y desarrollar metáforas. La del comienzo del curso escolar es un clásico. Recuerdo que todos los primeros de octubre sonaba el disparo de salida de una nueva carrera ciclista. Siempre que me cruzo con un cura sospecho que me va a meter en una de sus reflexiones. Coincido a su lado esperando a que el semáforo se ponga verde para ambos. Yo, montado en la bicicleta, y él, parado en la acera, tratando de montar un sermón para la misa de 12. Y empieza a emitir en silencio: "a mi lado, en el semáforo, un ciclista se apresta a cruzar la calle. Él está seguro de que llegará a la otra acera antes que yo, pero yo me pregunto....¿ llegará vivo? ¿Cómo puede este ciclista anónimo asegurarse de que el tránsito será seguro, de que su vida no depende de su voluntad sino del conductor de una camión de butano a quien Dios ha ordenado, sin él quererlo, atropellar y dar muerte al ciclista...o tal vez simplemente herirlo gravemente?" El cura necesita hacer acopio de materia prima para sus sermones, para sus metáforas simples, para sus comparaciones odiosas y hoy me puede tocar a mí, o a cualquiera. Nadie está a salvo de entrar en una plática de curas. Y lo más triste es que uno se convierte en protagonista anónimo. Si al menos, en la escena del semáforo, este cura se hubiese dirigido a mí: amigo ¿como se llama Vd.? ¿Le importa que le mencione hoy en mi sermón? Es posible que resulte Vd. eliminado de la faz de la tierra, o tal vez gravemente herido, pero no se preocupe porque esto es prácticamente virtual, únicamente para mi sermón, una especie de skecth que yo monto para ilustrar la fugacidad y fragilidad de la vida... y a mí todo esto me da mal rollo y por ello procuro alejarme de los curas, especialmente si me los encuentro en un paso de cebra.

Pues bien, ahora, sentado en un aeropuerto camino del lejano oriente no veo nada más allá de lo que hay: aeronaves, gente corriendo y aburrimiento. Nada me invita a la reflexión, no consigo profundizar y ver más allá de la materia condensada. No se me ocurre nada. Si acaso esto que cuento. ¿Y si fuera una reflexión? ¡Y si yo pudiera empezar mi discurso con... esta misma mañana en el aeropuerto se me ocurrió la siguiente reflexión: nunca se me ocurren reflexiones en los aeropuertos. El problema es que donde yo voy no tengo que dar discursos de ninguna clase. Bueno sí uno muy breve, una de esas presentaciones de power point en las que la mayoría de la audiencia echa una siestecita aprovechando que las luces se apagan. Puede quedar un poco fuera de lugar arrancar la presentación diciendo que los aeropuertos no son fuente de meditación para mí. ¿Y para ustedes, qué? Podría intentarlo con el taxista que me recoja, pero ¿me entenderá un hombre del lejano oriente este discurso? ¿Hablará la lengua del imperio? Y en el supuesto de que lo haga, ¿le importarán un carajo mis reflexiones sobre la carencia de reflexiones que me producen los aeropuertos, estaciones y gasolineras?
Es por ello que cuelgo estas reflexiones en la web. El que quiera que las pille y sean fuente de nuevas reflexiones.

Epílogo. Tal vez alguien quiera saber qué ocurrió después de aterrizar. Sí, tomé un taxi y empecé a contarle estas reflexiones al taxista que me llevó a la ciudad. Me produjo una gran satisfacción comprobar su movimiento de cabeza, como si entendiera el discurso y lo aprobara asintiendo. Así que continué hablando sin parar hasta que al llegar al hotel le pregunté abiertamente. ¿Qué? ¿Qué le parece a usted todo esto?
- Five hundred, fue su respuesta. A él no se le ocurrió ninguna reflexión adicional.

domingo, 14 de junio de 2009

LA BUENA OBRA


Estoy en el cole. Estos frailes - unos terroristas, otros apocalípticos, alguno pizpireto, ninguno en sus cabales - nos encargaron ayer,como tarea de casa, hacer alguna buena obra para mañana, es decir, para hoy por lo que nada más empezar la clase nos lanzan la pregunta: ¿Qué buena obra habéis hecho hoy? Cuando llega mi turno ycomo no recuerdo haber hecho ninguna obra ni buena ni mala, simplemente he subsitido un día más, me invento ésta: he ayudado a un ciego a cruzar la calle.
Magnífico, esto sí que es una buena obra sencilla de acometer, una oportunidad que se nos presenta cada día de camino al colegio, un regalo del Señor, glosa el fraile.
Luego pienso que, puestos a realizar buenas obras imaginarias, podría haber contado lo que tuve que hacer aquel día de invierno en la gélidas aguas del puerto para sacar a mis 4 amigos del coche en el que se habían precipitado al mar, y cómo me sumergí 4 veces seguidas hasta ponerlos a salvo, fuera del agua, y cómo les practiqué la respiración artificial boca a boca - sin pecar - y como finalmente .... les resucité. Estaban ahogados por completo y yo les devolví a la vida.
Y es que cuando uno va de buenas obras, debe hacer las mejores dentro de sus posibilidades.

sábado, 30 de mayo de 2009

EXTRAÑOS COMPAÑEROS DE VIAJE

Nuevamente a bordo de un avión. Esta vez en un vuelo trasatlántico. Como el Titanic. Suena bien, pero yuyu, igual de bien que la orquesta que sonaba en la salón mientras el buque hacía agua y comenzaba la inmersión en el mar helado de 1912. Los mares tienen añadas de frío como los vinos las tienen de nosequé. La de 1912 debió de ser heladora. Mi padre nació una fría mañana de enero de aquel año en un pueblo de montaña donde el frío aprieta sin piedad. Supongo que haría bastante frío porque su familia era muy pobre. Pero aún no he decidido qué dio lugar a qué. Si el frío del año a las aguas donde sucumbió el Titanic, aquella mañana de enero en que mi padre vió la luz al año en que esto acontecía, o si el hundimiento del Titanic trajo causa de la pobreza de. mi familia. Quizás en este momento estemos sobrevolando la zona de la tragedia, precisamente ahora que me como estos pretzels que nos sirve la azafata. ¡Benditos snacks de la aviación! Voy leyendo una de esas columnas semanales que en condiciones normales no leería porque los prejuicios hacia su autora me impiden hacerlo. Pero aquí arriba y con 4 horas a la espalda y otras tantas por delante, me como los pretzels que no comería y leo a las columnistas que no leería en otras circunstancias, porque hay-que-matar-el-rato. Y mientras esto ocurre, me asalta la urgencia de dejar constancia, antes de que la constancia se pierda en las musarañas, de esta extraña alianza de pensamientos, de los compañeros de viaje que acomodamos en plazas contiguas, en este viaje mental interminable y cómo los sentamos juntos según van llegando. Simplemente aparecen y ocupan un sitio sin orden ni concierto, sin demasiado sentido, como en los sueños. Y sin embargo, una vez instalados se ven obligados a dialogar, a relacionarse porque el viaje es largo, tanto como la misma vida. Y esta urgencia de no dejar escapar las ideas, de que al menos durante un rato, y quizás, gracias al poder del teclado para siempre y para otros, me trae el recuerdo de los recados que me encargaba mi madre. Los mandados como dicen – decimos - por aquí abajo. Acércate donde Juan y compra azúcar, tulipán y un estropajo. Ah¡¡¡ Y que te de un manojo de perejil. Y para que no se me olvide bajo los 4 pisos de dos en dos repitiendo mentalmente el mantra: azúcar, tulipán, estropajo, perejil. Qué difícil asociación, que compañeros de viaje tan distintos. Azúcar, tulipán, estropajo, perejil. Aún utilizo la misma técnica y ayer tarde, pensando en cosas pendientes de meter en la maleta, repetía incansable: adaptador, gorra, almohada. Adaptador, gorra, almohada para fijar, aunque fuera de una forma efímera pero práctica las tres cosas que debería hacer de forma urgente y prioritaria nada más llegar a casa: buscar en la caja de herramientas un adaptador de corriente europeo-americano para el ordenador, en el perchero una gorra para protegerme del sol y la migraña - ¡¡¡ah tu compañera inseparable !!! - asociada al exceso de luz, y poner un post it sobre la maleta en el que habré de escribir: almohada. Y es que mi almohada, mi amiga del cuerpo y del alma, debe entrar en la maleta mañana temprano, nada más levantarme porque sin tí no soy nada, a merced del dolor que acecha a todas horas. Una noche sin ella puede suponer un día completo de jaqueca. Solo así, repitiendo una y otra vez las palabras mágicas tengo garantía de éxito, de que el olvido no me llevará al desamparo. Y por eso debo cruzar el bosque con la cesta de comida para la abuela y no entretenerme con el lobo si este aparece en cualquier recodo del camino. No puedo dejarme llevar y llegar a casa tratando de recordar que tenía algo importante que hacer, algo que olvidé....

Y ahora, como cuando hacía los recados para mi madre, siento esa misma urgencia de escribir todo esto, de que no debo olvidarme del Titanic, de las columnistas a quienes jamás leería salvo en situaciones como esta, de que tal vez estemos sobrevolando la zona del desastre, de los mantras de mi madre, de recordar lo que tengo que recordar y de que todos estos pensamientos aislados hasta que yo los reuní, deben convivir forzosamente en este viaje trasatlántico.

sábado, 16 de mayo de 2009

HACER EL MONO


Cuenta don Andreu Pérez y Vara en una carta a EL PAIS de Febrero de 2008 que Federico Borrell García, el miliciano abatido en Cerro Muriano el 5 de septiembre de 1936 y captado por el objetivo de Robert Capa, escenificaba una acción junto con algunos compañeros para que los reporteros – había más de uno – tomasen fotos bélicas. Una especie de posado. Sin embargo el movimiento de los milicianos y los tiros que dispararon llamaron la atención del enemigo al otro lado de las líenas. Una ráfaga de ametralladora, mató a Borrell y a otro compañero. Bien pudo haber ocurrido así. Jóvenes anarquistas excitados por las cámaras de reporteros extranjeros juegan a héroes y pierden la vida en ello. Las fotos previas parecen corroborar la hipótesis.
Mi padre fue un miliciano enrolado en el Batallón Baracaldo de la UGT a finales de Julio de 1936. Su primera misión consistió en defender la estación de Málzaga en Guipúzcoa. “El enemigo se encontraba en un monte alto situado enfrente de la estación. Nos podrían haber echado a pedradas. Nos ametrallaban a placer y no podíamos subir ni bajar de un piso al otro del edificio porque la escalera estaba en el exterior y éramos un blanco demasiado fácil para ellos.” Así me lo contó para un librito que le dediqué. Durante el mes que permanecieron en la estación, Octubre de 1936, no llegaron a entablar un auténtico combate con las tropas nacionales, aunque sí sufrieron una baja. Uno de los milicianos se empeñó en cruzar el puente que había junto a la estación a plena luz del día y en la línea de fuego del enemigo. Sin necesidad. Simplemente porque quiso probar su valor y mostrarlo a sus camaradas. A pesar de las advertencias los compañeros, el miliciano se empeñó en cruzar aquel puente. “Yo paso por ahí por cojones”. Apenas hubo dado una docena de pasos caía fulminado por una bala certera.
Mi padre le regaló el epitafio: murió por hacer el mono, dijo. Me lo contó una y mil veces y siempre con las mismas palabras. Por hacer el mono. No recuerdo si llegué a compadecerme en algún momento por el joven soldado desconocido. Tantas veces murió en el relato de mi padre que me acostumbré a ver como lo abatían sobre el puente, una y otra vez.
Y ahora, al leer la carta de don Andreu, aportando la versión tan plausible del reportaje fotográfico y las poses guerreras del grupo de milicianos, me he acordado del pobre muchacho de la estación de Málzaga. Y de haber ocurrido las cosas como propone don Andreu, el miliciano inmortalizado en el momento de morir en Cerro Muriano, el falling soldier de Robert Capa, habría perdido la vida por hacer el mono, como la perdió aquel camarada de mi padre que quiso cruzar el puente por cojones.
Por ellos y por tantos otros soldados voluntarios y forzosos de mil guerras olvidadas tañen las campanas, como recuerda Dylan en Chimes of Freedom: por todos y cada uno de los soldados desamparados en la noche.

lunes, 5 de enero de 2009

CONOCIMIENTO DEL MEDIO


O sea, cono, según dicen los niños.
Estas navidades han debido de ser especiallmente malas para estos emigrantes que nos venden esos objetos de deseo falsos. Los municipales han montado guardia en todas la zonas comerciales de la ciudad en las que solían exponer bolsos, gafas, relojes.... todo de la tostadora, todo de mentira. Carolina Herrera, Dolce Gabana, Chanel... y a precios de saldo. Pero en estos días de locura y despilfarro no se ha visto ni un negro, ni un ecuatoriano, ni un moro... Los agentes del orden vigilaban el terreno.
Sin embargo hoy, víspera de Reyes, la vida ha vuelto a las aceras de los centros comerciales más importantes. De nuevo los cedes, los cinturones, los pañuelos de marca ¿Por qué hoy? ¿Qué ha pasado? Pues que los municipales andaban ocupados cuidando del buen desarrollo de la cabalgata de los Reyes Magos de Oriente. Ni un solo guardia vigilando las zonas comerciales. Vía libre. Todo el campo es orégano en esta tarde afortunada para estos auténticos reyes de la magia, supervivientes profesionales. Esta gente sabe cuando acecha el cazador y cuando está ocupado en otros menesteres. Sobresaliente,por tanto, en conocimiento del medio para los reales reyes magos.