sábado, 16 de mayo de 2009

HACER EL MONO


Cuenta don Andreu Pérez y Vara en una carta a EL PAIS de Febrero de 2008 que Federico Borrell García, el miliciano abatido en Cerro Muriano el 5 de septiembre de 1936 y captado por el objetivo de Robert Capa, escenificaba una acción junto con algunos compañeros para que los reporteros – había más de uno – tomasen fotos bélicas. Una especie de posado. Sin embargo el movimiento de los milicianos y los tiros que dispararon llamaron la atención del enemigo al otro lado de las líenas. Una ráfaga de ametralladora, mató a Borrell y a otro compañero. Bien pudo haber ocurrido así. Jóvenes anarquistas excitados por las cámaras de reporteros extranjeros juegan a héroes y pierden la vida en ello. Las fotos previas parecen corroborar la hipótesis.
Mi padre fue un miliciano enrolado en el Batallón Baracaldo de la UGT a finales de Julio de 1936. Su primera misión consistió en defender la estación de Málzaga en Guipúzcoa. “El enemigo se encontraba en un monte alto situado enfrente de la estación. Nos podrían haber echado a pedradas. Nos ametrallaban a placer y no podíamos subir ni bajar de un piso al otro del edificio porque la escalera estaba en el exterior y éramos un blanco demasiado fácil para ellos.” Así me lo contó para un librito que le dediqué. Durante el mes que permanecieron en la estación, Octubre de 1936, no llegaron a entablar un auténtico combate con las tropas nacionales, aunque sí sufrieron una baja. Uno de los milicianos se empeñó en cruzar el puente que había junto a la estación a plena luz del día y en la línea de fuego del enemigo. Sin necesidad. Simplemente porque quiso probar su valor y mostrarlo a sus camaradas. A pesar de las advertencias los compañeros, el miliciano se empeñó en cruzar aquel puente. “Yo paso por ahí por cojones”. Apenas hubo dado una docena de pasos caía fulminado por una bala certera.
Mi padre le regaló el epitafio: murió por hacer el mono, dijo. Me lo contó una y mil veces y siempre con las mismas palabras. Por hacer el mono. No recuerdo si llegué a compadecerme en algún momento por el joven soldado desconocido. Tantas veces murió en el relato de mi padre que me acostumbré a ver como lo abatían sobre el puente, una y otra vez.
Y ahora, al leer la carta de don Andreu, aportando la versión tan plausible del reportaje fotográfico y las poses guerreras del grupo de milicianos, me he acordado del pobre muchacho de la estación de Málzaga. Y de haber ocurrido las cosas como propone don Andreu, el miliciano inmortalizado en el momento de morir en Cerro Muriano, el falling soldier de Robert Capa, habría perdido la vida por hacer el mono, como la perdió aquel camarada de mi padre que quiso cruzar el puente por cojones.
Por ellos y por tantos otros soldados voluntarios y forzosos de mil guerras olvidadas tañen las campanas, como recuerda Dylan en Chimes of Freedom: por todos y cada uno de los soldados desamparados en la noche.

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