A la pregunta que todos me hacen - ¿por qué vas únicamente a exposiciones cuyos cuadros tienen marco y cristal? – siempre respondo: porque me gusta interactuar con la obra.
No soy buen paciente, ni espectador, ni lector. No puedo estar quieto o pasivo. Si el cuadro tiene cristal, este actúa como un espejo en el que me reflejo. De modo que estoy dentro y fuera del lienzo simultáneamente. Estoy dentro, como un elemento más del cuadro, oculto en el bodegón tras el manojo de cebollas, de la mano de la musa paseando despreocupado por el paisaje florido, en la marina respirando la brisa salada. Y estoy fuera, libre como el viento para hacer lo que me dé la gana… y si me apetece comer una uva del bodegón, pico y como, y si quiero tocar culo de musa, voy y toco. En el cuadro marinero puedo caminar sobre las aguas y no me hundo ante vuestra sabiduría como una piedra según cuenta Leonard Cohen que le pasó a Jesús. Si él se hubiera limitado a ir de exposiciones de cuadros con cristal otro gallo habría cantado, o simplemente se habría comido al gallo del bodegón de caza…desde fuera del cuadro, interactuando. … ¡¡¡ Y no habría Conferencia Episcopal!!!.
Yo, en cambio, sigo paseando por las aguas y si me canso, subo a la barca y charlo con Pedro o curioseo en las redes a ver que han sacado los pescadores. Como los jubilados en las obras !Coño ¡ Besugo…! y de buen tamaño… y así soy uno más en el lienzo… y todo desde fuera. Más complicado lo tengo ante la abstracción. ¿Qué hacer ante un Kandinsky? ¿Difícil eh? Aquí normalmente hago gimnasia rítmica o juego al truquemé y salto del círculo al triángulo o de la raya horizontal a la vertical. Yo comprendo que estos movimientos sorprenden un poco a los demás asistentes. Algunos se alejan de mí asustados. Pero en cuanto pillan de qué va la historia de los saltitos, pierden la vergüenza y empiezan ellos también a interactuar con los cuadros. Y así la solemne y aburrida exposición, se convierte en un fiestón en el que todos y todas se integran en sus obras favoritas. Anímate. El directo es la vida.
martes, 17 de abril de 2012
lunes, 9 de abril de 2012
EL MISMO BILBAO 2/2
Acababa de vivir mi primer terremoto. Seis con uno de la escala Richter anunciaría al día siguiente la televisión. Aunque allí estén acostumbrados a los temblores, el hecho de que mereciera unos minutos en el telediario japonés me hizo pensar que aquel meneo había sido algo más que la prescindible gentileza del hotel hacia sus huéspedes internacionales. Me consta que en algunos hoteles del centro de Tokio, escondido bajo el mostrador y al alcance exclusivo del recepcionista, existe un botón que activa leves sacudidas del edificio para regocijo de los turistas. Ya lo habían ensayado en el Titanic con los icebergs pero se les fue la mano con el volumen de hielo oculto bajo el agua. Ya se sabe, la punta del iceberg es engañosa. No era el caso. Esto era un terremoto-terremoto. Casi me parto la crisma al precipitarme por la escalera de emergencia desde el piso 22 al lobby. Llegué descompuesto pero todo parecía en orden, envuelto en una calma como de “Noche de Paz”. Suaves murmullos, charlas animadas y musho shushi en las mesas del restaurante. El recepcionista pronunció la palabra “normal” en varias versiones para asegurarse de que yo había entendido que aquello era normal. No obstante salí a la calle aún inquieto y ansioso por llamar a mi madre y contarle la experiencia. Cuando por fin ella contestó, y sin darme ninguna opción de contar mi historia, me hizo la pregunta de rigor, aquella que rompe el fuego en todas nuestras conversaciones: ¿qué tiempo os hace por allí? La misma pregunta que yo escuchaba al llegar al pueblo de veraneo (a su pueblo) después de un largo viaje en el coche de línea, allá en los lejanos veranos de la adolescencia. ¿Qué tiempo os hace? Ahora estaba en Tokio, pero recuerdo haber llamado desde Ashgabat o desde Gomel y haber recibido el mismo saludo: ¿Qué tiempo os está haciendo? Y ahora me extrañaba que lo formulase en plural porque yo viajaba solo. ¿Quiénes serían aquellos otros compañeros a los que se refería mi madre? ¿Tal vez los 15 millones de habitantes de Tokio? Y ¿qué significado oculto se escondía en su formulación? ¿No habría sido más lógico preguntar directamente: qué os está haciendo el tiempo? Así podríamos responder con rotundidad: el tiempo nos está dando por el saco muchísimo, si fuese el caso que durante nuestro fin de semana en la playa al cielo le diese por vestirse de gris.
Vuelvo a Tokio. Móvil pegado a la oreja y madre al otro lado del mundo. ¿Qué tiempo os está haciendo? Entonces miro al cielo y veo unas nubes grises bien perfiladas que me recuerdan los abdominales ondulados de un adicto al fitness. No me atreví a compartir con ella esta imagen que por un momento me pareció afortunada. Entonces suelto de forma atropellada: un terremoto. Ha habido un terremoto mientras trabajaba en el hotel. Y ella dice: vaya por Dios. Pues a ver si mañana levanta. Levantar el tiempo. Otra de sus frases. En el contexto que ella lo utiliza significa mejorar, hacer bueno, sapore di sale, sapore di mare, cosas así. Rebobino. Mamá, he vivido un terremoto en el piso 22 del hotel mientras escribía un email. Vaya por Dios. A ver si mañana os hace bueno. ¿A quienes? Ahora pienso que se refiere a mí en primer lugar pero también, y generosamente, a los 130 millones de japoneses que me rodean. Porque mi madre seguramente piensa que los tokiotarras, como los bilbainos, están poseídos por esta pasión desmesurada por escrutar los designios del cielo, hablar del tiempo a todas horas y hacer pronósticos, como quien, condenado a vivir en un ascensor, se ve obligado a sacar temas de conversación con todos los vecinos que suben y bajan. Y es que en Bilbao un terremoto no es fenómeno sismológico sino atmosférico. Me parece que mañana tendremos tiempo seco y soleado con sunamis ocasionales, comento al vecino que se sube en el cuarto. No se, no se, responde, he visto unos nubarrones con muy mala sombra que pueden traer chubascos dispersos y temblores moderados.
He pensado muchas veces en estas salidas suyas, las de mi madre, y a pesar del aparente dislate, creo que están muy meditadas y persiguen un objetivo tranquilizador, paliativo, y gozan de un misterioso poder taumatúrgico. Con sólo oír su voz preguntando por el tiempo, se conjuran los maleficios de la peor pesadilla en que uno pueda encontrarse allá en Terrorkistán. Y en esta ocasión, además, su breve discurso resultó ser profético, porque al día siguiente, como ella esperaba, levantó y brilló el sol naciente sobre Tokio y la tierra estuvo más quieta que Don Tancredo ante el morlaco.
Es mi madre. También del mismo Bilbao.
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=Bx4gd67LQ9I
Vuelvo a Tokio. Móvil pegado a la oreja y madre al otro lado del mundo. ¿Qué tiempo os está haciendo? Entonces miro al cielo y veo unas nubes grises bien perfiladas que me recuerdan los abdominales ondulados de un adicto al fitness. No me atreví a compartir con ella esta imagen que por un momento me pareció afortunada. Entonces suelto de forma atropellada: un terremoto. Ha habido un terremoto mientras trabajaba en el hotel. Y ella dice: vaya por Dios. Pues a ver si mañana levanta. Levantar el tiempo. Otra de sus frases. En el contexto que ella lo utiliza significa mejorar, hacer bueno, sapore di sale, sapore di mare, cosas así. Rebobino. Mamá, he vivido un terremoto en el piso 22 del hotel mientras escribía un email. Vaya por Dios. A ver si mañana os hace bueno. ¿A quienes? Ahora pienso que se refiere a mí en primer lugar pero también, y generosamente, a los 130 millones de japoneses que me rodean. Porque mi madre seguramente piensa que los tokiotarras, como los bilbainos, están poseídos por esta pasión desmesurada por escrutar los designios del cielo, hablar del tiempo a todas horas y hacer pronósticos, como quien, condenado a vivir en un ascensor, se ve obligado a sacar temas de conversación con todos los vecinos que suben y bajan. Y es que en Bilbao un terremoto no es fenómeno sismológico sino atmosférico. Me parece que mañana tendremos tiempo seco y soleado con sunamis ocasionales, comento al vecino que se sube en el cuarto. No se, no se, responde, he visto unos nubarrones con muy mala sombra que pueden traer chubascos dispersos y temblores moderados.
He pensado muchas veces en estas salidas suyas, las de mi madre, y a pesar del aparente dislate, creo que están muy meditadas y persiguen un objetivo tranquilizador, paliativo, y gozan de un misterioso poder taumatúrgico. Con sólo oír su voz preguntando por el tiempo, se conjuran los maleficios de la peor pesadilla en que uno pueda encontrarse allá en Terrorkistán. Y en esta ocasión, además, su breve discurso resultó ser profético, porque al día siguiente, como ella esperaba, levantó y brilló el sol naciente sobre Tokio y la tierra estuvo más quieta que Don Tancredo ante el morlaco.
Es mi madre. También del mismo Bilbao.
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=Bx4gd67LQ9I
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