La flauta del afilador se llama chiflo. Me quedo un rato más
en la cama, narcotizado por la repetición de la misma escala una y otra vez. Debe
hacer frío ahí fuera. El cielo parece de cristal. ¿Sábado? El afilador sólo nos visita en
sábado. Al cabo de un rato consigo levantarme mientras el afilador dobla la
esquina. Estoy chiflao. Me pasa con las cigarras en verano. No consigo ver ninguna a pesar de que no dejo
de oír el batir de sus tambores. Las cigarras no cantan. Samaniego mintió. Tocan
los timbales en la cámara de resonancia de su abdomen. Las hembras son silenciosas.
Algo parecido me pasa con el afilador. Nunca lo he visto. Sí claro, todos nos
lo encontrábamos cuando éramos niños, pedaleando para hacer girar la piedra
redonda, o más recientemente subido cómodamente en el ciclomotor. Siempre
lanzando el chorro magnífico de chipas. Qué gran espectáculo callejero. Y
gratis. Pero desde que vivo en este barrio autista, oigo la música pero no
veo al hombre ni sus chispas. Hoy me he levantado resuelto a buscar al
afilador. He cogido la bici y he aguzado el oído en busca del sonido mágico del
chiflo. Sabueso de barrio. Me ha costado mucho localizarlo. Como la cigarra.
Se oye por todos lados pero nadie sabe donde está. Cuando por fin lo he
alcanzado me he llevado una tremenda decepción. No hay bicicleta, ni moto, ni
chiflo… Un coche con un altavoz repite en bucle infinito un chiflido grabado. Ahora
me queda la duda de si la tamborrada de las cigarras en verano también está
grabada, si es una gentileza del ministerio de medio ambiente para recrear el
sonido que producía la reina del verano, la extinta chicharra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario