Mis desvelos por hace feliz a
Rebeca llevándola de vacaciones a destinos de ensueño nunca lograron calmar su
deseo de disfrutar de lo que ella llamaba unas vacaciones diferentes. Me sentía
vulgar, frustrado y, por qué no decirlo, un tanto dolido. Había gastado una
fortuna visitando los mejores resorts del Caribe y Las Maldivas. Nos alojábamos
en el Grand Hyatt cuando los negocios me llevaron a Bombay o en el Scala si tocaba
tocar Buenos Aires. Éramos habituales de los camarotes VIP del MS Queen
Elizabeth cuyo capitán, un pipiolo de Citta Vecchia embutido en un uniforme
entallado – llamarme Tomasino si prega -
no podía prescindir de nuestra compañía a
la mesa en las veladas de gran gala donde Rebeca daba cabezadas de aburrimiento
mientras il capitano proponía juegos de
palabras y narraba increibles historias de viejo lobo de mar. Yo era consciente
de que Tomasino tiraba los tejos a Rebeca y soñaba con llevársela a contemplar
la luna llena desde el puente de mando para luego, con mucho más detalle, examinar sus cráteres a través
del telescopio extensible que guardaba en su camarote todo revestido de terciopelo escarlata. Una vez
dentro, Tomasino miraría fijamente a
Rebeca mientras alargaba tramo a tramo el telescopio en evidente metáfora de
sus expectativas. Y confieso que no me habría importado presenciar los devaneos
de Rebeca con il capitano. La
satisfacción de Rebeca estaba por encima de todo y un buen par de cuernos servirían
de perchero donde colgar las decenas de sombreros, boinas y gorras que Rebeca y
yo nos regalábamos y con los que nunca nos tocábamos. Mi sentido práctico me
decía que el fin justifica el bochorno, y sin embargo era precisamente el pragmatismo
del que yo siempre presumí lo que más irritaba a Rebeca y la llevaba a bostezar
en mi presencia sin molestarse siquiera en tapar su boca de fresa con la mano. Sí cariño.
Un perchero para los sombreros nos vendría genial, dijo sin saber de lo que
hablaba cuando consiguió cerrar las fauces. En el hall quedaría ideal.
Ella enseguida se cansaba de los
lujos puestos a sus pies e insistía una y otra vez en probar algo nuevo y sobre
todo, distinto. Por eso decidí consultar con nuestro director espiritual, el
padre Domingo Igartua y preferí hacerlo acudiendo a la intimidad del
confesionario para asegurarme de que mantuviese la boca cerrada. Igartua, apasionado
de su tierra y sus caldos, era un cotilla metido en una sotana y sólo el
secreto de confesión podría contener sus irrefrenables deseos de revelar misterios y dar primicias. Sin embargo comprendí enseguida que Rebeca se
me había adelantado, y que nuestro confesor, por no quebrar el secreto contraído
con Rebeca, se las daba de nuevo conmigo.
Ella también había querido mantener al
cura calladito, secreto de confesión mediante. Estaba cantado que Igartua estaba
al corriente de la insatisfacción de mi esposa por el asunto de las vacaciones,
y ya puestos, también lo estaría sobre otros secretos de alcoba: ¿Con qué frecuencia frecuentas a Rebeca? preguntaba una y otra vez. Y si no, ¿cómo explicar que el cura tuviera encima un tríptico de la agencia Viajes
Soñados ofertando planes para unas vacaciones que se anunciaban como diferentes? Precisamente diferentes, como Rebeca
anhelaba. Apenas había empezado a exponer mis inquietudes cuando el páter se
metió la mano en la sotana, hurgó por allí, ¿qué
estará haciendo?, me alarmé hasta que vi que sacaba el
prospecto. Me lo deslizó con aire de misterio. Luego dijo: “toma este leaflet. Estas son las vacaciones que os
hacen falta". El padre Igartua había pasado largas temporadas de misionero
en Nigeria y por eso a los trípticos publicitarios los llamaba leaflets, a los panfletos flyers y Nigeria era para él Naiyiria. Supongo también que habría
adquirido en misiones la manía de
echarme el brazo alrededor del cuello y arrojarme a la cara un aliento impregnado
de juanola que no conseguía ocultar una halitosis demasiado intensa para mi
gusto. Ojo Igartua que los negritos lo aguantan todo, hasta que cambian de pareja de
baile y se meten en la Yihad. Luego me dijo que la consulta, por no ser
confesión stricto sensu sino mero coaching,
no llevaba penitencia y me despidió sin
más. No charge, bromeó, como si yo
fuera de la misma Naiyiria.
2 comentarios:
Me encanta la atmósfera que has conseguido. El tono como siempre perfecto.
Me gustaría que Igartúa se confesara conmigo. A ver cuántos cotilleos era capaz de sonsacarle.
Magníficos personajes y mejor escritura. Quiero más.
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