CUENTO DE NAVIDAD
Sabía que el Padre Igartua podía convertir el viaje soñado en una pesadilla. Él se las da bien para estos menesteres. Tiene formación, experiencia y ganas. Además maneja la información exclusiva que proporciona el confesionario. Jugador profesional y ventajista. Y Rebeca... tan influenciable. La injerencia del capellán en nuestra intimidad resultaba insoportable.
Hubo viaje, claro que lo hubo. En la primera jornada,
Nochebuena, recalamos en un puticlub de carretera abandonado, el de la imagen. Hice
leña de los marcos de las ventanas y prendí una fogata en lo que debió ser el bar. Allí seguía en pie la barra cromada. Supongo que las chicas se contorsionaban agarradas a ella haciendo striptease... de acuerdo, lo admito: conocía el lugar. Había acudido un par de veces. Tal vez tres, pero siempre lo había hecho como espectador, sólo para mirar. Como quien fuma marihuana sin tragar el humo. Llamé por el móvil a
mi chófer que de seguido se presentó con una fuente de canapés de paté de oca con trufas y dos langostas
termidor. Una vulgaridad, lo reconozco. Bebimos a morro una botella de Dom Pérignon Rosé. Sentados en el suelo, comimos con ansía porque habíamos hecho
una primera etapa caminando más de 20 kilómetros cargados con dos mochilas,
artificialmente engordadas con periódicos estrujados. Me compré dos bastones de trekking en Decathlon para facilitar la caminata. Ella, más tradicional, me pidió que fabricase un cayado de aspecto bíblico. Así lo hice con la rama de un sicomoro. Al calor de la hoguera y del
segundo trago de champán, Rebeca se empeñó en convertir aquel antro en un
convento para redimir a las Nigerianas Descarriadas de los Polígonos. Lo dijo y vi el poster de un grupo punk: NDP. Sabía que aquella
estancia del cura en Naiyiria no habría de traer nada bueno a nuestras vidas. Maldito entrometido. Yo estaba dispuesto a
permitir que gobernara los ayunos y abstinencias de nuestra alcoba, pero hacerme comprar este derribo y erigir un
convento africano en su lugar se me hacía un trago difícil de pasar.
Rebeca, cariño, esto es una casaputas en ruina, dije yo. Mejor así, más mérito, replicó ella. Y quiero que sea de clausura, añadió. Y dije yo por zafarme de la embolada: pero si las nigerianas ya estaban recluidas y vigiladas por unos tipos de aspecto realmente inquietante. ¿Piensas encerrarlas otra vez? Creo que fui políticamente correcto y cualquier feminista se habría avenido a razones y habría desistido de la empresa redentora. Rebeca, no. Según el consejero de mi esposa, el nuevo panteón estaba ahora habitado por una nueva trinidad.
¿Cuándo podré disfrutar de una navidad tranquila, fumando mi pipa junto a la chimenea y leyendo a Proust?
Rebeca, cariño, esto es una casaputas en ruina, dije yo. Mejor así, más mérito, replicó ella. Y quiero que sea de clausura, añadió. Y dije yo por zafarme de la embolada: pero si las nigerianas ya estaban recluidas y vigiladas por unos tipos de aspecto realmente inquietante. ¿Piensas encerrarlas otra vez? Creo que fui políticamente correcto y cualquier feminista se habría avenido a razones y habría desistido de la empresa redentora. Rebeca, no. Según el consejero de mi esposa, el nuevo panteón estaba ahora habitado por una nueva trinidad.
- El dinero,
- El sexo y
- La búsqueda de la eterna juventud.
¿Cuándo podré disfrutar de una navidad tranquila, fumando mi pipa junto a la chimenea y leyendo a Proust?
Como ya dije, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con
tal de satisfacer el deseo de ella por emprender ese viaje distinto
a todo. La primera etapa cubría sobradamente expectativas. Antes de tumbarnos en
las camas turcas que nos había traído el chófer, Rebeca puso un wassap que años más tarde habría de leer, cuando revisé a escondidas y a fondo su teléfono celular: Padre Txomin: primera
etapa sensacional. Nunca pensé que redimir fuera tan apasionante.
El fuego se había extinguido, la ropa y las mantas olían a chamusquina y hacía un frío del carajo en aquel antro.
El fuego se había extinguido, la ropa y las mantas olían a chamusquina y hacía un frío del carajo en aquel antro.