miércoles, 30 de noviembre de 2011

TRIPTANES

Trabajo en un nuevo cálculo inútil. Es un encargo. Trato de averiguar cuantos kilos de indometacina se ha metido en el cuerpo este amigo mío desde que se introdujo en el fascinante mundo de las migrañas. Teniendo en cuenta que el fármaco tiene su presentación en cápsulas de 25 miligramos, que toma 3 por crisis y que ha tenido unas 3.000 crisis en los últimos 15 años, llego a la asombrosa e inquietante conclusión de que mi amigo ha devorado unos 220.000 miligramos de este veneno. Puro veneno trufado de efectos secundarios, ninguno placentero. Acabo de leer en internet que su uso puede llevar a la esquizofrenia. ¡ COOL l dice mi amigo satisfecho ¡ En algún momento, y como quien se retira al campo a descansar, se echó en los brazos de otro grupo de drogas con nombre de héroe de comic: los triptanes. En el delirio que provoca el dolor se imaginaba a estos pequeños guerreros uniformados de bomberos lanzando chorros de agua helada sobre cada uno de los capilares incandescentes. El extraño hormigueo que sentía en todo el cuerpo no era otra cosa, piensa, que el ajetreo de los triptanes en su pugna con otros por llegar los primeros a las líneas de combate, tratando de taponar el avance imparable del sunami de la sangre inundando desbocada venas y arterias hasta golpear, con cada latido, la retaguardia de los ojos, las sienes, alcanzando sin dificultad la nuca, la frente, primero el flanco izquierdo, luego el derecho y finalmente todo el frente de batalla, sangre hirviendo en cada milímetro cuadrado de su cabeza…. y todo esto acontece mientras permanece en calma, tumbado en la oscuridad de la estancia.

Los triptanes, a pesar de las resonancias heroicas de su nombre, huyen despavoridos cuando descubren la magnitud de la contienda y el poder devastador del enemigo. Triptanes que revientan sin presentar batalla como pompas de jabón o son devorados sin dificultad por el dolor. Y mi amigo se veo obligado a llamar a más y más triptanes hasta consumirlos todos y regresar de su retiro para volver a poner los ojos en su vieja amiga indometacina. Y de nuevo experimentar algunos de los efectos más inquietantes que promete el prospecto: desorientación y confusión. Lo más curioso es que con tantos viajes por los mismos parajes, mi amigo ha desarrollado una curiosa habilidad para orientarse en el laberinto.

“Confusión será mi epitafio” cantaban King Crimsom en uno de aquellos discos de terror que tanto gustaban a la juventud progresiva de los 70. Ahora que gracias a la Indometacina visita a la confusión con frecuencia, dice mi amigo que esta no es un estado lo suficientemente solemne como para esculpir su sombre en piedra, mucho menos en el epitafio…. No se que dirán los triptanos.

Mi amigo vive en un escaparate de la calle del Victor. En el mismo Bilbao. Para esto sirven los amigos, para adjudicarse nuestras pesadillas.


jueves, 17 de noviembre de 2011

SHEREZADES

Desde la pared me miran dos perros. Compañeros de alguna etapa de viaje. Un mastín y una pastora alemana. El perro es un anarquista postmoderno, como todos los mastines. Ella, la pastora de los ojos tristes, la reina del Mediterráneo, me espera indolente en la playa donde fuimos felices y practicamos sexo tántrico con los delfines. También me mira mi padre vestido de soldado aunque en realidad está pensando en la dedicatoria que escribirá con pulcra caligrafía en el reverso del retrato: a madre, con todo el cariño de su hijo L. Al poco la guerra pondrá algunas manchas de sangre en el abrigo militar. Pero de momento aparece impoluto. Mucho más arriba, un grupo de mi familia política me observa con curiosidad muchos años antes de ser mi familia política. Aparezco un poco borroso. Les gustaría saber más pero el bebé en brazos del hombre mayor ha roto a llorar y demanda toda la atención del grupo. A ellos se les ve muy lejos, en el tiempo y el espacio, casi en el cielo. En la misma latitud estoy yo mismo, con cuatro añitos. Me miro de reojo, temeroso, y no me reconozco. Tampoco yo reconozco al niño de la foto. También me mira un calendario cirílico. Es del año en curso pero no tiene mucha utilidad porque las fechas señaladas no están señaladas. Un calendario sin Dios ni credo, como los que regalan los chinos en los buffets baratos. Calendarios áridos, inánimes, de 365 días laborables, contraculturales, para colgar en el refectorio de la cooperativa agraria.
Y todos ellos son como Sherezades conjuradas para distraerme de la tarea, para que pierda el tiempo con ellos. El perro me saca la lengua, la perra me invita a sumergirme en el mar a la búsqueda de los delfines amorosos, mi padre cambia constantemente la dedicatoria de la foto y ahora dice a una dama vaporosa que en cuanto termine la puta mili va hacerle el amor en todas las posturas que ha estado imaginando en las noches de guardia. El niño se ha quedado dormido y el grupo familiar me pide que cierre la persiana para que no se despierte. Y el niño que fui me invita a cantar todas las canciones olvidadas. El calendario de la cooperativa agrícola se congela y descongela aleatoriamente…. Y todo ello, como si yo no me diera cuenta de sus intenciones, de su pánico a que se me ocurra pintar la pared, renovar la decoración y ponerlos a todos en el contenedor de basura. Mientras me sigan entreteniendo, estarán a salvo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

CADA BARRIO, UN TERRITORIO

CADA BARRIO, UN TERRITORIO interior, cada calle una frontera. Así he parcelado esta ciudad plana surcada de senderos verdes y que cruzo a lomos de la vieja Orbea. Cada barrio es un paisaje recuperado que pedaleo día tras día. Así cruzo las lindes hasta que llego a una recta interminable y entro en el viejo páramo, el paisaje que mejor conozco, el territorio de las lavandas y los silencios, la casa del Señor. Aquí, y no hace tanto, uno de mis antepasados guiando una cuerda de mulos cayó ciego de blancura una mañana de invierno ¿sería un disparo de nieve? El páramo: la casa de la noche negra, de los cielos azules, el refugio de las nubes, el otro lado. Hoy fuerzo un poco la pedalada porque quiero llegar a Villalta antes de que cante el gallo. Solo 4 leguas. En Villalta vive Nadie y la torre del campanario es una estaca de hielo clavada en el cielo estrellado. Aquí siempre he sido bienvenido, aquí siempre vuelvo. En realidad nunca me he marchado de Villalta.

Un semáforo en rojo me detiene al borde del río de coches. Casi caigo de la bici. Tengo que tensar los frenos. Parado en la pista verde, bajo una luz excesiva que lo ilumina todo, observo al africano cargado de paquetes de kleenex. Me mira y sonríe. ¿Dónde están tu páramo y tu Villalta, amigo? ¿Quién los habita? ¿Oíste hablar alguna vez de un disparo de nieve?