Los triptanes, a pesar de las resonancias heroicas de su nombre, huyen despavoridos cuando descubren la magnitud de la contienda y el poder devastador del enemigo. Triptanes que revientan sin presentar batalla como pompas de jabón o son devorados sin dificultad por el dolor. Y mi amigo se veo obligado a llamar a más y más triptanes hasta consumirlos todos y regresar de su retiro para volver a poner los ojos en su vieja amiga indometacina. Y de nuevo experimentar algunos de los efectos más inquietantes que promete el prospecto: desorientación y confusión. Lo más curioso es que con tantos viajes por los mismos parajes, mi amigo ha desarrollado una curiosa habilidad para orientarse en el laberinto.
“Confusión será mi epitafio” cantaban King Crimsom en uno de aquellos discos de terror que tanto gustaban a la juventud progresiva de los 70. Ahora que gracias a la Indometacina visita a la confusión con frecuencia, dice mi amigo que esta no es un estado lo suficientemente solemne como para esculpir su sombre en piedra, mucho menos en el epitafio…. No se que dirán los triptanos.
Mi amigo vive en un escaparate de la calle del Victor. En el mismo Bilbao. Para esto sirven los amigos, para adjudicarse nuestras pesadillas.