Trabajo en un nuevo cálculo inútil. Es un encargo. Trato de averiguar cuantos kilos de indometacina se ha metido en el cuerpo este amigo mío desde que se introdujo en el fascinante mundo de las migrañas. Teniendo en cuenta que el fármaco tiene su presentación en cápsulas de 25 miligramos, que toma 3 por crisis y que ha tenido unas 3.000 crisis en los últimos 15 años, llego a la asombrosa e inquietante conclusión de que mi amigo ha devorado unos 220.000 miligramos de este veneno. Puro veneno trufado de efectos secundarios, ninguno placentero. Acabo de leer en internet que su uso puede llevar a la esquizofrenia. ¡ COOL l dice mi amigo satisfecho ¡ En algún momento, y como quien se retira al campo a descansar, se echó en los brazos de otro grupo de drogas con nombre de héroe de comic: los triptanes. En el delirio que provoca el dolor se imaginaba a estos pequeños guerreros uniformados de bomberos lanzando chorros de agua helada sobre cada uno de los capilares incandescentes. El extraño hormigueo que sentía en todo el cuerpo no era otra cosa, piensa, que el ajetreo de los triptanes en su pugna con otros por llegar los primeros a las líneas de combate, tratando de taponar el avance imparable del sunami de la sangre inundando desbocada venas y arterias hasta golpear, con cada latido, la retaguardia de los ojos, las sienes, alcanzando sin dificultad la nuca, la frente, primero el flanco izquierdo, luego el derecho y finalmente todo el frente de batalla, sangre hirviendo en cada milímetro cuadrado de su cabeza…. y todo esto acontece mientras permanece en calma, tumbado en la oscuridad de la estancia. Los triptanes, a pesar de las resonancias heroicas de su nombre, huyen despavoridos cuando descubren la magnitud de la contienda y el poder devastador del enemigo. Triptanes que revientan sin presentar batalla como pompas de jabón o son devorados sin dificultad por el dolor. Y mi amigo se veo obligado a llamar a más y más triptanes hasta consumirlos todos y regresar de su retiro para volver a poner los ojos en su vieja amiga indometacina. Y de nuevo experimentar algunos de los efectos más inquietantes que promete el prospecto: desorientación y confusión. Lo más curioso es que con tantos viajes por los mismos parajes, mi amigo ha desarrollado una curiosa habilidad para orientarse en el laberinto.
“Confusión será mi epitafio” cantaban King Crimsom en uno de aquellos discos de terror que tanto gustaban a la juventud progresiva de los 70. Ahora que gracias a la Indometacina visita a la confusión con frecuencia, dice mi amigo que esta no es un estado lo suficientemente solemne como para esculpir su sombre en piedra, mucho menos en el epitafio…. No se que dirán los triptanos.
Mi amigo vive en un escaparate de la calle del Victor. En el mismo Bilbao. Para esto sirven los amigos, para adjudicarse nuestras pesadillas.
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