CADA BARRIO, UN TERRITORIO interior, cada calle una frontera. Así he parcelado esta ciudad plana surcada de senderos verdes y que cruzo a lomos de la vieja Orbea. Cada barrio es un paisaje recuperado que pedaleo día tras día. Así cruzo las lindes hasta que llego a una recta interminable y entro en el viejo páramo, el paisaje que mejor conozco, el territorio de las lavandas y los silencios, la casa del Señor. Aquí, y no hace tanto, uno de mis antepasados guiando una cuerda de mulos cayó ciego de blancura una mañana de invierno ¿sería un disparo de nieve? El páramo: la casa de la noche negra, de los cielos azules, el refugio de las nubes, el otro lado. Hoy fuerzo un poco la pedalada porque quiero llegar a Villalta antes de que cante el gallo. Solo 4 leguas. En Villalta vive Nadie y la torre del campanario es una estaca de hielo clavada en el cielo estrellado. Aquí siempre he sido bienvenido, aquí siempre vuelvo. En realidad nunca me he marchado de Villalta.
Un semáforo en rojo me detiene al borde del río de coches. Casi caigo de la bici. Tengo que tensar los frenos. Parado en la pista verde, bajo una luz excesiva que lo ilumina todo, observo al africano cargado de paquetes de kleenex. Me mira y sonríe. ¿Dónde están tu páramo y tu Villalta, amigo? ¿Quién los habita? ¿Oíste hablar alguna vez de un disparo de nieve?
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