jueves, 17 de noviembre de 2011

SHEREZADES

Desde la pared me miran dos perros. Compañeros de alguna etapa de viaje. Un mastín y una pastora alemana. El perro es un anarquista postmoderno, como todos los mastines. Ella, la pastora de los ojos tristes, la reina del Mediterráneo, me espera indolente en la playa donde fuimos felices y practicamos sexo tántrico con los delfines. También me mira mi padre vestido de soldado aunque en realidad está pensando en la dedicatoria que escribirá con pulcra caligrafía en el reverso del retrato: a madre, con todo el cariño de su hijo L. Al poco la guerra pondrá algunas manchas de sangre en el abrigo militar. Pero de momento aparece impoluto. Mucho más arriba, un grupo de mi familia política me observa con curiosidad muchos años antes de ser mi familia política. Aparezco un poco borroso. Les gustaría saber más pero el bebé en brazos del hombre mayor ha roto a llorar y demanda toda la atención del grupo. A ellos se les ve muy lejos, en el tiempo y el espacio, casi en el cielo. En la misma latitud estoy yo mismo, con cuatro añitos. Me miro de reojo, temeroso, y no me reconozco. Tampoco yo reconozco al niño de la foto. También me mira un calendario cirílico. Es del año en curso pero no tiene mucha utilidad porque las fechas señaladas no están señaladas. Un calendario sin Dios ni credo, como los que regalan los chinos en los buffets baratos. Calendarios áridos, inánimes, de 365 días laborables, contraculturales, para colgar en el refectorio de la cooperativa agraria.
Y todos ellos son como Sherezades conjuradas para distraerme de la tarea, para que pierda el tiempo con ellos. El perro me saca la lengua, la perra me invita a sumergirme en el mar a la búsqueda de los delfines amorosos, mi padre cambia constantemente la dedicatoria de la foto y ahora dice a una dama vaporosa que en cuanto termine la puta mili va hacerle el amor en todas las posturas que ha estado imaginando en las noches de guardia. El niño se ha quedado dormido y el grupo familiar me pide que cierre la persiana para que no se despierte. Y el niño que fui me invita a cantar todas las canciones olvidadas. El calendario de la cooperativa agrícola se congela y descongela aleatoriamente…. Y todo ello, como si yo no me diera cuenta de sus intenciones, de su pánico a que se me ocurra pintar la pared, renovar la decoración y ponerlos a todos en el contenedor de basura. Mientras me sigan entreteniendo, estarán a salvo.

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